Érase una vez un niño de nueve años que lo metieron en un internado. El niño tenía morriña en las dos primeras semanas, el niño se acordó que su hermanastra tuvo apendicitis aguda.
El niño quería salirse del internado y el niño le preguntó a su niñera que como se producía la apendicitis y la niñera le dijo que cuando se tragaba las cerdas de los cepillos de dientes, se le incaba en la apéndice.
Un día el niño le dijo a la celadora que le dolía la parte inferior del vientre, la celadora le dijo que eso no era nada que comía mucho bizcocho, el niño le dijo que no ya no tenía ganas de comer bizcocho que llevaba mucho tiempo sin comer. La celadora se lo creyó y llamó a un médico y le tocó y el niño gimió donde se encontraba en la apéndice, el médico le puso en termómetro y no tenía fiebre.
La celadora llamó a su madre y se lo llevó a su casa. La madre del niño llamó a un médico y le dijo que estaba fingiendo y el niño le dijo que como lo sabía. El médico le dijo que era muy fácil porque si tuviera apendicitis la barriga estaría inflamada y dura. El médico le dijo que estuviera tres días en su casa porque sabía que el niño tenía morriña y que nunca más hiciera nada más de esto.
La moraleja de este cuento es que hay que ser valientes para cuando seamos mayores nos enfrentemos solos a la vida.
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